El niño interior del adulto, importancia de la función simbólica; sanar niño interior Sabadell, Terrassa y online. Josep Guasch, psicoterapeuta, coach, consulta de coaching y psicoterapia (PNL, Terapia Gestalt, Análisis Transaccional, Hipnosis, Niño Interior, Tratamiento fatiga pandémica)
Vimos en el anterior artículo Imaginación activa y niño interior. La infancia redimida cómo lo que llamamos el niño interior del adulto, sigue vivo en cada uno de nosotros.

Niño interior y adulto, comunicación e interacción.
Vimos también la relación entre el objeto de transición (para el niño) y el símbolo para el adulto. Para el primero representaba un motivo de tranquilidad. Para el adulto un impulso hacia la integración.
Seguimos en este artículo ahondando en este proceso interno.
El niño interior del adulto y la función simbólica
Jung califica concretamente el símbolo como la mejor expresión y representación de una situación problemática. Integra en un todo algo que la consciencia aún no ha reconocido. A su vez, ensambla los diferentes aspectos de una tensión psíquica.
El símbolo resume el estado de la psique, propone una orientación para resolver el conflicto con la contribución tanto del inconsciente como del consciente. El símbolo propone una orientación porque está subordinado a los arquetipos a través del inconsciente colectivo, auténtico terreno de experiencias colectivas.
Recordemos que el símbolo es el rastro del niño interior del adulto, la evolución del objeto transicional.
Además, conviene tener presente que Para Jung, la capa más profunda del inconsciente – inconsciente colectivo – es una psique objetiva, incluso autónoma. Una de las configuraciones más poderosas del inconsciente colectivo son los arquetipos. El niño interior (del adulto) es uno de los arquetipos por excelencia.
Entonces, ¿cómo se desarrolla la función simbólica que permite soportar las tensiones procedentes del mundo exterior, caótico e imprevisible?
El niño interior del adulto. Fantasía y realidad
El pediatra y psicoanalista Donald W. Winnicott contribuyó, gracias a sus investigaciones relativas a la función simbólica, a la comprensión del proceso por el cual llegamos a funcionar en la realidad.
Winnicott, con sus conceptos de área y objeto transaccionales, sacó a la luz el camino que recorre el niño de un universo omnipotente e ilusorio a un universo externo imprevisible y fuente de tensiones.

La función simbólica reparadora y unificadora de las dos partes.
Este pediatra pasaba horas observando las interacciones de los lactantes y sus madres a fin de elaborar sus teorías. Desarrolló la idea de objeto transicional para describir la evolución hacia la función simbólica.
Cuando llega al mundo, el niño no distingue entre mundo exterior y mundo interior. Hasta los seis meses, cuando tiene hambre, siente que el alimento aparece cuando él lo desea. No existe una diferenciación entre su universo externo y él.
Esta sincronización perfecta permite al niño, en un principio, percibir su «poder» sobre el mundo, al que considera un apéndice de sí mismo. Todo funciona perfectamente, hasta el día en que el niño siente hambre sin que aparezca la satisfacción.
El siguiente artículo ilustra de un modo sencillo la importancia de la función simbólica en el niño:
La importancia del objeto de transición en el niño
Aparición de la conciencia mundo interior/mundo exterior
En ese momento, el niño experimenta su primera fractura. Con la frustración, empieza a construirse el niño interior del adulto. Es cuando el niño toma conciencia de la existencia de un mundo exterior diferente a su mundo interior. Siente una angustia y una tensión que se resolverán con la aparición de la función simbólica.

El objeto de transición, nexo intermedio.
Esta función nace cuando obtiene, como objeto transicional, un objeto (por ejemplo un osito de peluche). Este objeto pasará a integrar a un tiempo el exterior, por la realidad objetiva del objeto, y el interior, por sus cualidades afectivas tranquilizadoras.
Se trata a menudo del olor de la madre incrustado en una sábana, olor que revive recuerdos vinculados a la satisfacción de sus necesidades y reduce por tanto la tensión.
El objeto de transición para el niño y el símbolo para el adulto establecen el puente entre el niño interior del adulto y la función simbólica.
Ese objeto deviene simbólico en el sentido en que une las dos dimensiones, exterior e interior. Del mismo modo calma la tensión suscitada por la distancia entre dos mundos. El símbolo, por tanto, establece un vínculo entre dos mundos, es lo que relaciona, lo que une.
El niño interior del adulto, diferenciación y angustia de separación
Y cuando el niño reconoce que él es diferente del otro (de su madre), entonces desarrolla el lenguaje. Aparece el primer balbuceo de la experiencia simbólica. Pero es también y sobre todo en ese espacio donde desarrollará su creatividad. Esta creatividad le permitirá sobrevivir en el mundo angustioso de las diferencias.

La angustia de separación de la madre en el bebé.
Es por tanto en la consciencia de la diferencia donde el ser humano se desmarca del animal. Además, donde la dimensión simbólica y creativa (por ejemplo, el lenguaje) aparece como una característica típicamente humana.
Es así, también, como se constituye un área llamada intermedia, a mitad de camino entre la realidad y lo imaginario. Un área que engloba el lenguaje y todo el universo simbólico. Se trata de un área de juego que nos permitirá ser creativos con la vida en lugar de sufrirla directamente.
Más tarde, esa área transicional se ampliará cuando adopte la forma de cultura, arte, religión y espiritualidad. Estas esferas simbólicas se derivan todas de procesos transicionales y son necesarias para apaciguar el eterno conflicto entre lo que se percibe objetivamente y lo que se concibe subjetivamente. Pero esto ya será función del niño interior del adulto.
La zona intermedia y los estados internos, el espacio para generar nuestra realidad
Esta es el área intermedia mediante la cual podemos “generar nuestra realidad” los cambios internos que repercuten, directa o indirectamente en el mundo interno. Hace apenas unos años, los investigadores más académicos demostraron algo que ya se sabía empíricamente hace tiempo. Y es que la calidad de nuestros estados internos, inciden directamente en los resultados que logramos en la consecución de nuestros objetivos.
Se deduce de lo expuesto que estos cambios en los estados internos no se producen solamente por tener la certeza de que “debería hacer esto o evitar aquello”. Esta no es más que una certeza de nuestro psiquismo racional, un instrumento de nuestro consciente.
El cambio se genera en la “zona de transición”, la zona intermedia que permite una interactuación entre lo consciente y lo inconsciente. La imaginación activa, juntamente con el trabajo con el niño interior han demostrado ser poderosas metodologías para favorecer este diálogo tan necesario.
Hasta el próximo artículo recibe un cordial saludo.
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